domingo, 4 de marzo de 2018

Prime evil (1988)


Amiguitos, la primera reseña de este domingo es para la norteamericana Prime evil, una cinta de horror de finales de los ochenta dirigida por la neoyorquina Roberta Findlay. La historia que nos cuenta es la de unos monjes descreídos que a mediados del siglo XIV deciden adorar a Satán liderados por monseñor Seaton (no se si habréis advertido el chiste fácil). Seiscientos años más tarde, los monjes se ocultan en una congregación de una zona indeterminada de Nueva Inglaterra ocupados en amasar poder. Sin embargo, su inmortalidad tiene un precio: cada trece años deben realizar un sacrificio humano a la Maldad Original. Paralelamente encontramos a la Hermana Angela –una de las monjas de la congregación en la que se ocultan el padre Seaton y sus acólitos– que de pequeña tuvo un desagradable encuentro con el grupo satánico y que ahora, con el conocimiento de su obispo, abandona los votos para ingresar infiltrada en la secta con el fin de desenmascararlos. También conocemos a Alex, la joven nieta de un miembro de la secta que con sólo 6 años sufría abusos por parte de su padre, lo que le hace rechazar el contacto con hombres por lo que aún es virgen. Cuando el Padre Seaton conoce a la nieta de George Parkman –quien le disputa el liderazgo del grupo– y se entera de su virginidad dedica todos sus esfuerzos a seducirla para aumentar su poder. 


De resultado irregular, Prime evil no es del todo una mala película pero no le hubiese ido nada mal un poco más de presupuesto, mejores efectos –hay poca sangre, poco detalle en los asesinatos y una especie de demonio fucsia hecho con descartes del estudio de Jim Henson que es de vergüenza ajena–, así como una fotografía más cuidada. No obstante, la historia es entretenida, las interpretaciones son en su mayoría muy naturales –Christine Moore, que ese mismo año repetiría con Findlay en Lurkers, resulta muy creíble como la traumatizada Alex y William Beckwith está muy metido en su papel de reverendo diabólico– y encontramos unas cuantas tetas al aire. Nada más se puede pedir a una cinta de terror ochentero low cost.

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