lunes, 30 de abril de 2012

Cabezas de Hidra – Capítulo decimoséptimo (IV)

7

Alejandro introdujo la mano en el bolsillo del albornoz y empuñó un abrecartas que hundió por dos veces en el tórax de Eva. Sus hombres enmudecieron al verlo y las chicas, que segundos antes reían en el agua, salieron corriendo de la piscina chillando presas de la histeria. Luisa Alvarado, a quienes todas conocían como Eva, agente encubierto de la Policía, flotaba boca arriba en la superficie del agua, con los ojos muy abiertos y bañados en lágrimas, envuelta en una vaporosa nube roja que crecía en torno a su cuerpo mientras la vida se le escapaba.

- ¿ Estás loco ? -le espetó Federico, sorprendido y escandalizado-, ¿ qué te ocurre ?
En ese momento comenzaron a oírse los aullidos de un gran número de sirenas que se acercaban con rapidez por el camino que conducía hasta la mansión. Alejandro no contestó a su lugarteniente, ya le daba todo igual, y se mantuvo quieto, mirando fijamente el cuerpo de la mujer que le había traicionado.
Sus hombres iniciaron carreras a través del bosque, intentando en vano escapar del cerco policial. Él continuó sentado al borde de la piscina.

Cuando poco después se lo llevaron esposado, alguien le oyó susurrar por dos veces el nombre de su hija Emilia. El cuerpo de Luisa aun reposaba sobre el césped, bajo un par de toallas de playa, esperando que se personase un juez que determinase el levantamiento del cadáver de la única víctima que se había cobrado la operación que había propiciado la desarticulación de una de las más complejas tramas de contrabando y narcotráfico del territorio español.



8

Cuando Pierre llegó ante la fachada de aquel edificio en la Rue Croix des Petits Champs, el corazón le latía con fuerza. Mientras subía las escaleras, advirtió que seguía dudando de si Lilith vivía allí en realidad o todo era producto de su mente trastornada. Temía haber sufrido algún tipo de alucinación y encontrarse con que el apartamento del tercer piso estaba deshabitado. Se prometió que si no encontraba a aquella mujer, no volvería a pisar aquel edificio y la olvidaría para siempre. Sin embargo, cuando puso los pies en el rellano, antes de que su dedo tembloroso pulsase el timbre, Lilith abrió la puerta.
- Pasa, te estaba esperando.

Pierre, en un principio, se resistió a entrar. ¿ Qué era lo que le hacía buscar desesperadamente la compañía de aquella desconocida ?. Quizá lo mejor era alejarse de allí para siempre. Pero cruzó el umbral. Cerró la puerta y se dirigió al dormitorio. Llegó a la habitación a tiempo para ver como la falda de Lilith resbalaba desde su cintura hasta los tobillos. Pierre admiró sobrecogido cada curva de aquel cuerpo, un cuerpo de bruja, porque, no le cabía la menor duda, eso era Lilith. Eso, o algo peor.
Se desnudó con rapidez mientras ella se desprendía en silencio del resto de sus ropas. Se sentó sobre la cama y Lilith se colocó sobre sus muslos, aprisionando un de nuevo endurecido pene en el interior de su mojada hendidura. Luego, montó a Pierre hasta notar que el cálido semen de éste rociaba su interior.
Entonces se incorporó y se arrodilló para poder acariciar con la lengua los doloridos testículos y la polla aun erecta de Pierre, que eyaculó por segunda vez. Por último, Lilith le dio un empujón para mantenerle tumbado y se sentó sobre su cara, obligándole a lamer su vulva empapada en una mezcla salada de secreciones y esperma. En ese momento, Pierre notó como una aterradora sensación atravesaba su pecho. Se estaba muriendo, o eso creía. Sentía frío, un intenso y sobrenatural frío, mientras podía advertir que su respiración se aceleraba sin control. Le faltaba el aire, la vista se le nublaba y la sangre le martilleaba las sienes. Lejos de sentir placer, aquellos minutos de sexo animal habían conseguido atenazarle, víctima de un padecimiento extremo.

Lilith, en cambio, no experimentaba sensación alguna. Se puso en pie y, mientras se vestía, como si acabase de leer el pensamiento de Pierre, le dijo :
- Tranquilo, saldrás de ésta. Sin embargo, en lo sucesivo no sabrás nada más de mí. Debes olvidar que me has conocido, ¿ entendido ?
Pierre, jadeando, se reponía lenta y dificultosamente.
- No te entiendo -dijo al borde del llanto-, ¿ qué he podido hacerte yo para que me dispenses un trato tan cruel ?
- ¿ Cruel ? -Lilith le miró a los ojos-, ¿ acaso te crees que necesito de tu calor ?
Lilith, que había acabado de vestirse, le tiró a Pierre su ropa para indicarle que debía hacer lo mismo.

- Escúchame bien, muchacho inmaduro. Muchos hombres matarían por tocarme. Y el niño, que incluso me ha besado el coño, está enfadado porque siente que he jugado con él y le he dispensado un trato cruel. Pues atiende bien, lo que he hecho es darte un regalo que, con toda seguridad, no merecías.
- Precísamente -gritó Pierre incorporándose-. Lo que quiero es saber cómo alguien como tú decide un día dejarse follar por alguien como yo.
Lilith clavó su ojo sano en los de Pierre y le contestó con desprecio.
- Porque me ha dado la gana.
Pierre advirtió en aquella respuesta un ligero matiz demoníaco que le heló la sangre.
- Esa no es una razón -dijo.

El semblante de Lilith se había tornado pétreo. Nunca en toda su existencia, desde el inicio de los tiempos, había soportado tal actitud desafiante por parte de nadie. Quizá, y utilizando un concepto humano, se estaba volviendo vieja y, con ello, condescendiente y permisiva en exceso. Respiró hondo.

- Está bien -añadió al fin-, si es lo que quieres, te revelaré la verdad. Y tranquilo, que no te haré esperar mucho tiempo.
Asió con fuerza la mano de Pierre y, literalmente, lo arrastró escaleras abajo. Ya en la puerta del edificio, volvió a dirigirse a él.
- Ahora regresa a tu casa. Cuando volvamos a vernos sabrás quien soy.

Y, dicho esto, se alejó hasta desaparecer entre los transeúntes mientras Pierre, confundido, se encontraba sumido en un profundo vacío. Tenía la amarga sensación de que, si bien continuaba con vida, una parte de él había muerto allí aquella misma tarde.

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