jueves, 24 de noviembre de 2011

Mayday!, mayday!

Así es amiguitos, lanzo al aire mi llamada de socorro desde el mini ordenador que mi hija tiene para hacer los deberes del instituto y parafraseando con matices a Carlos Arias Navarro -los jóvenes iletrados no tendrán ni idea de qué les hablo- os digo: Piltrafillas, mi ordenador ha muerto. En fin, que ignoro cuando podré regresar a mi labor como humilde divulgador de arte visual y pensamientos varios. Me despido por hoy recordando al genial Freddie Mercury con un -espero- hasta pronto. No os vayáis muy lejos.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

¡7.000 entradas ya!

Cómo pasa el tiempo...

Lauri Blank


La protagonista de este miércoles es la neoyorquina Lauri Blank, hija de una profesora de diseño que desde muy pequeña se mostró interesada en el dibujo. A los 14 años –mientras continuaba pintando- se convirtió en modelo, iniciando una carrera en el mundo de la moda que la llevó a las portadas de diversos magazines. Establecida en Bogotá, se puso al frente de su propio estudio de diseño de moda por un tiempo antes de regresar a los Estados Unidos y dedicarse a la pintura, labrándose una reputación en las áreas de Miami y Washington DC sobre todo.

martes, 22 de noviembre de 2011

Cédric Delsaux


Este martes se lo voy a dedicar exclusivamente a un fabuloso fotógrafo francés llamado Cédric Delsaux, autor de unas bellas imágenes en las que la edición digital es importantísima y en algunos casos más que evidente, lo que no le resta mérito sino todo lo contrario. El resultado es impresionante.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Freaks with style

Suresh Shivdasani


Este es un fotógrafo de San Francisco nacido en Bombay llamado Suresh Shivdasani. Licenciado en Física y con un master en ingeniería aeronáutica, ha trabajado en el pasado –en la actualidad se encuentra semi-retirado y se dedica a viajar- para compañías como Coca-Cola, Disney, Microsoft o Time Warner y ha retratado a celebridades como Gerald Ford, Demi Moore o Arnold Schwarzenegger, más que nada porque –al igual que ellos- es un habitual de las pistas de Aspen o Sun Valley. La verdad es que no me ha llamado mucho la atención, pero me sirve para darle color a este día lluvioso en el que España inicia un nuevo e incierto rumbo político.

Cabezas de Hidra – Capítulo quinto (I)



1

Eran poco más de las seis y cuarto de la mañana de un domingo del mes de Julio y Gemma aún estaba medio dormida. Tenía los ojos entreabiertos y la mirada dirigida fijamente a los resquicios de la persiana bajada por los que se colaba la débil claridad del nuevo día. No había descansado bien. Desnuda, con la piel de la espalda húmeda y con la desagradable sensación de estar pegada a la sábana que envolvía el colchón, recordaba, adormecida y con algo de rabia, las cuatro veces que se había despertado de madrugada, sobresaltada, empapada en sudor, con el corazón latiéndole arrítmicamente y un nudo invisible atenazando su garganta.

Tras unos minutos, apartó la vista de los puntos de luz en su ventana y optó por incorporarse. Levemente desperezada, se levantó de la cama y se encaminó hacia la cocina, dispuesta a beber un vaso de agua. Antes de llegar, no obstante, cuando pasó por el comedor, se detuvo ante el ventanal del balcón. Con cautela, asomó la cabeza desde detrás de la cortina que protegía su desnudez de la vista del exterior y observó melancólica la calle desierta. Los semáforos alternaban en silencio sus luces mientras algunas palomas levantaban el primer vuelo del día.
El cielo aparecía teñido de un tono grisáceo pálido. La información meteorológica de la noche anterior había pronosticado la llegada de una pequeña perturbación que debía provocar una bajada general de la temperatura. Podía verse que las nubes habían llegado puntualmente a la anunciada cita, pero el descenso de la temperatura no se veía por ninguna parte. Es más, la humedad que reinaba en la ciudad de Barcelona, causaba una espantosa sensación de bochorno. Gemma, que temporalmente parecía haberse olvidado de su sed, siguió observando el exterior a través del cristal.

"...noche tropical, bailábamos por el calor y alguna copa de más de ron. Hoy lo sé, me enamoré, y al compás que da el amor, me cantaba al oído y me decía : ulé-tamouré, ulé-tamouré. Al oir el tambor...." En el dormitorio, el radio despertador se había puesto en marcha.

- Menos mal que ya estoy despierta -pensó Gemma para sí.
No se le ocurría peor manera de ser arrancada del sueño que sobresaltada por una canción de Georgie Dann. Y eso no era todo, no acertaba a imaginar que secretas intenciones albergaba una emisora que mantenía en su archivo musical una pieza como aquella.
Gemma se estremeció. El sudor había comenzado a evaporarse sobre su piel y la sensación repentina de frío la devolvió a la realidad de un tiempo que parecía haberse detenido.

En los días precedentes, un calor sofocante la había estado incordiando, aunque ella había podido combatirlo con relativo éxito. Para ello se había servido del ventilador, a veces, y del pequeño abanico de cáñamo, decorado con extraordinario mal gusto, que le habían regalado (había sustraído, para ser exactos) en un restaurante coreano. Pero lo que ese día había perturbado su sueño, lo que la había sumido en ese estado semidepresivo en el que se encontraba inmersa esa mañana, era la angustiosa apatía que últimamente se había adueñado de su ser. Día a día, el vacío interior había ido creciendo sin que Gemma hubiese podido hacer lo más mínimo contra él, al menos hasta ese momento. Ese domingo del mes de Julio le quedaba algo por intentar.



2

Gemma Albanell tenía treinta y dos años. Era inteligente y bastante guapa, aunque dotada de una belleza serena y sin estridencias. Era de aquellas mujeres que al entrar en un local abarrotado de hombres no provocaban de inmediato la admiración de los varones. No obstante, si alguno de los hombres reparaba en su presencia, aunque solo fuese por casualidad, no podía ya desviar su mirada durante un buen rato, antes de sentir la necesidad de acercarse ensimismado a ella como atraído por algún tipo de magnetismo. Gemma acostumbraba a provocar en los desconocidos ese tipo de creciente fascinación. Pero, llegado el momento en que ese extraño e inconsciente influjo no dejaba otra opción a sus admiradores que la de intentar entablar con ella algún tipo de relación, Gemma mostraba una indiferencia tal que el efecto era implacable. El desdén con el que se libraba de aquellos pobres incautos era sumamente cruel.

Ya habían pasado diez años desde que se había licenciado en Biología por la Universidad Autónoma de Barcelona, y algunos más desde que había comenzado a ejercer la prostitución.

En su adolescencia, había sido una estudiante ejemplar. Los cursos previos a su ingreso en la universidad le habían supuesto un verdadero paseo, por lo que a ninguno de sus familiares y allegados le extrañó su obtención de plaza en la Facultad, con la segunda nota más alta de las pruebas de acceso. Escogió la Autónoma, situada en la localidad de Bellaterra, por comodidad. Y, aunque el domicilio familiar estaba ubicado en Badalona, ciudad contigua a Barcelona y a relativa corta distancia de la universidad ( en días de poco tráfico podía recorrer el camino con su pequeño Ford Fiesta del 78 en poco más de media hora ), Gemma creyó oportuno trasladarse a una residencia para estudiantes situada en el mismo Campus. La realidad era que, si bien sus facultades para el estudio eran indiscutibles, la universidad, en el aspecto académico, era lo que menos le interesaba. No era más que un pretexto, una inmejorable excusa, para alejarse, huir en realidad, de la opresión anímica que sufría en un hogar en el que, obviamente sin pretenderlo, era sometida por sus progenitores a un control y sobreprotección que no provocaban en ella más que ahogo psíquico y la aniquilación de su desarrollo como adulta. Tal comportamiento por parte de sus padres, como es de suponer, no era gratuito. Existía, por supuesto, una razón. Una razón bien triste.

3

Antes de existir Gemma, o debería decirse "esta" Gemma, en el hogar de los Albanell había vivido una niña, una preciosa pequeña de tez nacarada, salpicada por minúsculas pecas sonrosadas y un par de expresivos ojos azules que iluminaban una carita enmarcada por largos y rubios tirabuzones. La pequeña, contando cuatro años de edad, y durante el transcurso de un inocente paseo junto a su padre por un caminito que discurría a través de unos huertos, cayó, ante la impotencia del progenitor, por el hueco de un profundo pozo de riego sin señalizar. El agujero, a ras de tierra y apenas cubierto por matojos, se tragó en cuestión de segundos a la pequeña, quien, por supuesto, falleció.

La desgracia, como es natural, sumió al matrimonio en una indescriptible tristeza, pero espoleó a Antonia, la destrozada madre, a marcarse un único y algo desviado objetivo; debía concebir sin demora otra vida que continuase la recientemente truncada. Así fue como, una año y medio después, vino al mundo un nuevo ser. Por suerte también era una niña, por lo que le pusieron el mismo nombre que a la difunta. Para el matrimonio sería como si nadie hubiese muerto. No se les ocurrió nada mejor para olvidar lo ocurrido y, en definitiva, no volverse locos.

Esta nueva Gemma tuvo una infancia feliz. Sus padres la educaron arropada por un amor y un cariño inmensos. Su dedicación absoluta en el cuidado de su hija era francamente ejemplar, pero cometieron el error de creerse la mentira que, para no hundirse en el desánimo, habían entretejido; Nunca le mencionaron a Gemma que una vez tuvo una hermana, a la que no llegó a conocer. Pero una cosa así aflora tarde o temprano, casi siempre de manera traumática. Y así ocurrió en el catorceavo aniversario de Gemma. Madre e hija desempolvaban una caja de cartón llena de fotos infantiles, la típica caja de zapatos en la que fotos de diferentes tamaños se apilan sin orden ni concierto a la espera, a veces eterna, de ser colocadas en un bonito álbum, cuando una imagen en particular se deslizó entre las otras y llamó la atención de la niña. Su madre, horrorizada, se percató enseguida de la existencia de aquella foto destacada entre las demás. Gemma reconoció a sus padres, mucho más jóvenes, pero no identificó a la niña que se abrazaba a ellos. Era muy raro, ya que ni su madre ni su padre tenían hermanos, por lo que no podía tratarse de una sobrina, y conocía desde pequeños a todos los hijos de los amigos de sus padres. Cuando Gemma, intrigada, se disponía a preguntarle a su madre con la mayor inocencia sobre la identidad de aquella niña, vio que estaba lívida, temblando y con la mirada perdida. Sus ojos estaban bañados en lágrimas, unas lágrimas amargas que surcaron con rapidez sus mejillas cuando, con voz sollozante y entrecortada, le explicó a su hija, de pe a pa, la historia oculta y casi olvidada de Gemma Albanell. De la otra Gemma Albanell.

Desde ese día, algo comenzó a crecer en el seno de Gemma. Ciertamente, sus padres lo habían dado siempre todo por ella. No podía reprocharles nada en ese sentido. Sin embargo, cada día que pasaba, sentía como su corazón albergaba más y más resentimiento hacia ellos. Gemma adquirió el convencimiento de que, en realidad, carecía de identidad propia. Sus padres, a su modo de ver, la habían traído a este mundo para dar vida a un fantasma y, no contentos con ello, le habían puesto su mismo nombre. Así pues, no podía pensar de otra manera, ella no era nadie. Y esa idea no se apartaría de su pensamiento nunca más.

Por eso, cuando se instaló en el Campus de Bellaterra, una sensación de libertad la inundó con fuerza. Los primeros meses del curso, como era natural, Gemma pasó más tiempo en las dependencias de la cafetería que en las aulas.
Desde el principio, había formado parte de un grupo de compañeros con los que compartía momentos singulares e impagables, jugando a dados o a cartas en el abarrotado comedor de la Facultad de Ciencias, charlando y apurando sorbos de Martini Bianco de roñosos vasos de plástico. Aún hoy, cuando, melancólica, evocaba esos recuerdos, no podía sustraerse a cierta añoranza.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Mariano rules the nation


¡Que Dios nos coja confesados!

Asesinos de élite


La última cinta de este domingo es un estreno, un thriller protagonizado por Jason Statham pretendidamente basado en una historia real. La película se inicia en 1980, en las calles de una localidad de Mexico en la que Hunter, Danny y su equipo –asesinos profesionales todos ellos- están en medio de una operación. Danny sale herido y decide dejar de una vez por todas ese mundo. Asi comienza esta Asesinos de élite, con un Jason Statham cada vez más encasillado en este tipo de cintas y un Robert De Niro a quien admiro y cuya innegable carrera de éxitos ira siempre con él, pero que está muy lejos de sus Travis Bickle o Jake Lamotta con este papel secundario disfrazado de principal, típico reclamo para llenar el cartel. La acción prosigue un año más tarde con Danny retirado en Australia recibiendo la foto de Hunter, su amigo y mentor, secuestrado en lo que parece una celda de algún lugar indeterminado de Oriente Medio. Para liberarle, Danny acaba en Oman a las órdenes de un poderoso jeque que le ordena acabar con tres ex-miembros del SAS, un comando de los cuales asesinó años atrás a sushijos. La búsqueda alertará a un tal Spike –en la piel de Clive Owen-, antiguo soldado al servicio de una sociedad secreta denominada feather men integrada por antiguos miembros del SAS.


Queridos piltrafillas que me leéis, Asesinos de élite tiene un argumento resultón, unas interpretaciones bastante pasables –aquí salen ganando Owen y un Dominic Purcell en una caracterización muy alejada de su personaje de Prison Break debido a la cara de piedra de Statham y la presencia limitada de De Niro- y un montaje que sabe mantener la tensión aunque a ratos la historia navegue un poco. Disparos, acción, testosterona, persecuciones, intrigas políticas, traiciones, incluso una sutil subtrama amorosa se dan cita en esta película, pero todo muy comedido –en mi opinión eso es un mérito-, sin grandes excesos ni fuegos de artificio. En resumen, un coctail palomitero de dos horas que pese a que hubiese ganado puntos de haber sido aligerado de algunos minutos de metraje no deja de parecerme bastante distraído y muy recomendable para los que gusten de este tipo de historias.

La saga de los Drácula


La siguiente película que os quiero comentar es La saga de los Drácula, una notable cinta española de principios de los 70, mezcla de caspa y terror con gotas de erotismo con la firma de Leon Klimovsky y la participación de intérpretes míticas del cine y el teatro hispano como la bellísima Helga Line, Tina Sainz o Maria Kosti. En fin amiguitos, una delicatessen para frikis que no defraudará a los habituales del blog. El argumento es de lo más sencillo de entender, veréis. Un descendiente de Vlad El Empalador –el primer Conde Drácula- invita a la mansión familiar de Transilvania a su nieta Berta, una joven que se ha criado lejos del entorno vampírico de su linaje y que ahora regresa al castillo en el que nació recién casada y embarazada. A su llegada tomará contacto con los lugareños y posteriormente con su extraña familia.


Poco más os puedo contar piltrafillas de esta La saga de los Drácula, una típica cinta setentera de vampiros en la senda de los productos de la Hammer, con una ambientación cuidada, música de Johann Sebastian Bach, la presencia de Narciso Ibáñez Menta como Christopher Lee castizo y una Tina Sainz –sin duda, la mejor de todo el reparto- que se cree realmente que está en una película de primera categoría, lo que de alguna manera eleva el nivel de este producto de serie B hispano que me ha parecido muy ameno. Si tengo que ponerle un pero sería el de Valerio, un personaje del todo innecesario por lo poco que aporta a la historia y –sobre todo- lo patético de su maquillaje. Aún así y en conjunto, una distraída película de vampiros para una tarde lluviosa y fría de sábado.

The yellow sea


Piltrafillas, la primera cinta de la semana que os quiero recomendar es The yellow sea, una nueva película de Na Hong-jin –el realizador de la premiada The chaser, de la que ya os he hablado en este blog- que también pasó por Sitges en su última edición. Esta vez –tomando como base el tema de la inmigración china en Corea del Sur-, Na Hong-jin nos cuenta la historia de Goo Nam un taxista chino de una zona limítrofe con Corea del Norte endeudado por culpa de su afición al mah-jong y el pago de un visado para su mujer, quien marchó a Corea del Sur para encontrar trabajo. Después de seis meses sin tener noticias de ella ni recibir transferencia alguna, quedarse sin trabajo y sospechar que su antiguo amor ha rehecho su vida en el extranjero con otro hombre, el desesperado taxista se dispone a aceptar un encargo de la mafia y viajar hasta Corea del Sur para matar a un hombre. Con ello pretende dos cosas, ganar el dinero con el que liquidar el préstamo y poder buscar a su esposa.


The yellow sea son más de dos horas y media de película en la que la extrema violencia, la acción y la sangre conviven con extensos pasajes de ritmo pausado en los que el peso de la trama es llevado por la labor interpretativa de sus protagonistas –sobre todo la de Ha Jung-woo como atribulado fugitivo- y en los que la historia le atrapa a uno lentamente, una cinta en la que la tristeza, el engaño, la fatalidad y la muerte planean sobre la vida de aquellos a los que retrata que agradará a los amantes del profundo cine oriental que cuenta historias descarnadas de perdedores convertidos en pequeños héroes aderezadas con escenas crudas y aburrirá a los consumidores de cine de acción palomitero de duración estándard y poca profundidad argumental. Recomendada para pasar ante la pantalla y cómodamente tumbados en el sofá una deprimente tarde otoñal.